Pienso que un escritor, que lee tanto como escribe, está influenciado por sus lecturas. De ahí que tanto los clásicos de la literatura universal como los autores del llamado “boom” de la literatura latinoamericana han tenido fuerte influencia en mi formación como escritor.
Es natural que en este oficio, como en cualquier otro, los escritores jóvenes aprendamos a caminar de la mano de otro escritor más experimentado y curtido en el oficio de las letras. Uno aprende de los otros. Había un tiempo en que quería ser como Galeano. Era tanta mi admiración por el estilo de su prosa que, a veces, intenté escribir como él. Pero lo cierto es que el propio Galeano aprendió de otros, no en vano lo llamaba “maestro” a Onetti, quien fue su mentor cuando estaba dando sus primeros pasos. También Borges reconoció que en un principio intentó escribir como Kafka, hasta que se dio cuenta de que Kafka ya existía.
El arte de la palabra escrita es un proceso largo y sacrificado, en el que uno, tarde o temprano, encuentra su propio estilo y aprende a comunicarse con voz propia, aunque lo cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol. Todos bebemos de las mismas fuentes y contamos las mismas historias con pequeñas modificaciones, como los poetas que escriben variantes de una misma metáfora universal. En este sentido, ni las palabras ni las ideas son propiedad privada, menos aún si se trata de rescatar y recrear la memoria colectiva. Todos somos plagiarios en mayor o menor medida y todas las obras literarias son una suerte de coros sinfónicos, donde se modulan voces diversas en una disposición de querer contar una misma historia vista desde todos los ángulos, con los más diversos tonos y matices. Es una suerte que así sea.
¿Qué autores le gusta releer?
Siempre que dispongo de tiempo retorno a la obra de los clásicos. No me canso de leer El Quijote, la Odisea o Decamerón. Son libros casi de cabecera. Cuando visito una biblioteca, instintivamente e impulsado por la curiosidad, busco obras de autores bolivianos, pero como los anaqueles de las bibliotecas suecas tienen muy pocos títulos de autores “no conocidos”, elijo las obras de otros autores latinoamericanos, como Cortázar, García Márquez, Rulfo, Onetti, Fuentes, Vargas Llosa, Galeano, Sepúlveda y Allende, por citar algunos, porque son portadores de una identidad cultural con la que me identifico y porque abordan temas que son de mi preferencia. También leo con interés a los escritores de mi generación, tanto bolivianos como extranjeros.
Eso sí, no leo a los autores que optaron por el facilismo comercial y la ciega ambición del éxito, muy propio de la mercadotecnia actual, que está concentrada más en la idea de cómo ganar dinero de la forma más rápida y efectiva, que en la calidad del producto que promueve con la ayuda de grandes empresas publicitarias. No creo mucho en la producción masiva de los libros, sino en la magia que tienen los libros de circulación limitada, en esos libros, como bien dijo Juan Ramón Jiménez, hechos para las grandes minorías. Me llaman más la atención los libros que se difunden de mano en mano, que en esos otros que se venden igual que cualquier artículo comercial, como si el producto intelectual fuese un privilegio reservado sólo para quienes disponen de dinero.
Entre los escritores latinoamericanos que nombra está Cortázar. ¿Borges tuvo alguna influencia en su obra?
No, Borges, a pesar de haber sido considerado el maestro del relato corto, no influyó en absoluto en mi modo de escribir, quizás por su excesivo intelectualismo y por sus historias tan metafóricas como sus versos. Yo prefiero una prosa limpia, sencilla y realista, que me conduzca de la mano desde el principio hasta el final, sin ponerme trampas ni zancadillas en el camino. Aunque Cortázar hizo una prosa experimental, como en “Rayuela”, me gusta más como narrador no sólo por los temas que aborda en sus novelas y cuentos, sino también por el compromiso político que asumió en defensa de los desposeídos. En síntesis, jamás me identifiqué con Borges ni en lo literario ni en lo personal
¿Volvería a vivir en Latinoamérica, y en caso afirmativo, seguiría siendo
escritor?
A estas alturas de mi vida, y después de haber vivido en Suecia durante más de dos décadas, es difícil plantearme un retorno definitivo, pero me seduce la idea y el corazón me palpita aceleradamente cada vez que la idea cruza por mi cabeza. Al fin y al cabo, soy un boliviano más de la diáspora, que abriga la esperanza de retornar algún día a la cuna de su nacimiento. De cumplirse este anhelado sueño, seguiría escribiendo como hasta ahora. Es una de las pocas cosas que sé hacer o, por mejor decir, una de las cosas que mejor sé hacer. Debo aclarar que no me hice escritor en el exilio, pues ya antes de salir de Bolivia escribía pasquines en un pequeño periódico que publicábamos en el colegio. Mi primer libro, que es una obra testimonial sobre los atropellos de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar, la escribí estando en la cárcel. Lo que quiere decir que mi vocación literaria estaba latente y que el escritor que habitaba en mi interior emergió de manera natural en el exilio.
¿Cuál es la situación de la literatura Sueca en este momento, hay talleres
literarios tanto como en Buenos Aires o en España, por ejemplo?
En Suecia, como en otros sitios, están de moda los talleres literarios, porque hay quienes creen que el escritor se hace en un círculo de estudio o en la aula universitaria, y no por vocación o, como en mi caso, por una necesidad existencial, porque no queda otro remedio que escribir para sobrevivir. No es mentira ni ficción si digo que el panorama de la literatura sueca es óptimo. Esto se debe, en gran medida, al bienestar socioeconómico de sus habitantes y a la buena intención de sus gobernantes, que han creado las bases fundamentales para fomentar el arte y la cultura en todos los niveles de la sociedad. Es casi inexistente el analfabetismo y la educación es obligatoria hasta el ciclo intermedio. Además, existe una política cultural que favorece a los “trabajadores de la cultura”, que no sólo tienen el apoyo de los lectores, sino también de las instituciones pertinentes. La edición de los libros está subvencionada por el Estado y las bibliotecas funcionan como centros culturales, donde se dan cita tanto los lectores adultos como los niños. Los escritores más activos gozan de becas literarias anuales y cuentan con el apoyo económico de fundaciones tanto privadas como municipales. De modo que el panorama de la literatura sueca, aun siendo pequeña en el contexto de la Unión Europea, goza de un alto nivel ético y estético. Para darte un ejemplo, sólo en el campo de la literatura infantil, a diferencia de lo que ocurre en América Latina, Asia y África, existen nombres cuya proyección internacional es sorprendente. Ahí tenemos el caso de la recientemente fallecida Astrid Lindgren, quien tiene una cuantiosa producción literaria traducida casi a todos los idiomas. Aparte de los escritores consagrados como Strindberg, Lagerlöf, Lagerkvist y Gunnar Ekelöf, existe una camada de escritores modernos, como Jan Guillou, Liza Marklund o Henning Mankell, que escriben novelas policíacas que se venden como pan caliente tanto en Escandinavia como en el resto de Europa. Sin embargo, yo sigo teniendo preferencia por los escritores del llamado realismo social, que reflejan la situación paupérrima de las clases desposeídas. Entre sus principales representantes están Harry Martinson, Willian Moberg, Moa Martinson, Ivar Lo Johansson y Artur Lundkvist. Todos ellos están considerados como “escritores proletarios” y tienen con una rica producción literaria que, por su forma y contenido, son verdaderas joyas de la literatura sueca del siglo XX.
¿Qué me puede decir acerca de la literatura de los latinoamericanos que viven en Suecia?
Entre los escritores latinoamericanos establecidos en Suecia, tras el advenimiento de las dictaduras militares, hay quienes, gracias a su trabajo tesonero y experiencia escritural, se van abriendo espacios cada vez más considerables en el ámbito literario. Por una parte, debido a que tienen la virtud de ser bilingües, escriben en sueco y español; y, por otra, debido a la política de integración cultural impulsada por el gobierno, que beneficia
tanto a los nativos como a los inmigrantes en una sociedad multicultural, donde existe la necesidad de conocer al “otro” por medio de su literatura y sus manifestaciones culturales. La mayoría de los poetas y narradores que conozco, empero, siguen escribiendo en su lengua materna, conscientes de que el español, en comparación con el sueco, es un idioma expansivo, que ofrece mayores posibilidades de difundir la obra literaria en Europa y América. La literatura latinoamericana en Suecia, desde mediados del siglo XX, ha tenido una fuerte presencia entre los lectores; primero, gracias a su calidad y fuerza expresiva y, segundo gracias al prestigio que le han ganado nuestros
escritores laureados con el Premio Nobel de Literatura: Mistral, Neruda, Asturias, García Márquez y Octavio Paz. A este corolario de antecedentes se debe añadir el hecho de que en los programas de educación media se ha introducido la enseñanza del idioma español, con el mismo estatus que tiene el inglés, francés y alemán. Asimismo, en las universidades se estimula la elaboración de tesis doctorales sobre la vida y obra de nuestros autores más connotados. La situación de los escritores residentes en Suecia es por demás ponderable. Sólo en los últimos treinta años se han publicado innumerables poemarios, novelas, volúmenes de cuentos, ensayos y piezas de teatro. Varios han sido reconocidos por la crítica literaria sueca y por la crítica de sus países de
origen. Algunos tienen obras premiadas en certámenes literarios internacionales y otros son miembros activos de la Sociedad de Escritores Suecos.
Los autores extranjeros, de un modo general, gozan de los mismos derechos que tienen sus colegas nativos, aunque el “establishment” los sigue considerando “escritores inmigrantes”; una denominación que, sin embargo, no corresponde a la realidad de los creadores, cuyas obras traspasan las fronteras de un idioma y un país determinados, puesto que el hecho de ser “extranjeros” no implica ser “peor” o “menor” escritor que un nativo, sobre todo, si se parte del criterio de que el escritor es escritor en cualquier parte, independientemente del idioma en el cual escribe su obra.
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© Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados.
*entrevista publicada originalmente en la Revista Archivos del Sur
*Entrevista publicada en Bolivian Studies Journal, Vol. 9, Illionois, USA, 2001, pp. 59-75.
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