jueves, 30 de mayo de 2013

Entrevista a Gonzalo Garcés


Gonzalo Garcés


"...Hay, de todas maneras, un problema que es inherente a la ficción, sea escrita por hombres o por mujeres, y es éste: uno de los temas fundamentales, si no el fundamental, es el sexo. Y el sexo no tiene nada que ver con la igualdad entre los sexos. Con el sexo estamos otra vez en las cavernas. Estamos otra vez en un estado primal, anterior al intercambio intelectual, anterior a la relación civilizada, anterior incluso a la idea de amistad o de camaradería. ..."

(Buenos Aires) Araceli Otamendi

Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974) es uno de los escritores argentinos más reconocidos internacionalmente. Recibió el premio Biblioteca Breve en el año 2000 por su  novela Los impacientes. Publicó también las novelas Diciembre (1997) y El Futuro (2003). Ha publicado numerosos ensayos y artículos en medios como Ñ, Babelia, Reforma, Brecha, Qué Pasa, La Tercera, El Mercurio, La Nación (Chile), Abitare, Ecos, Nueva Sociedad y Orsai. Artículos y cuentos suyos han sido publicados en inglés, francés, italiano, alemán y chino. Fue profesor de escritura creativa en la Universidad Católica de Santiago de Chile, donde ideó y desarrolló el programa cultural La ciudad y las palabras, que en 2011 recibió el Premio Ciudad. En 2007, el suplemento ADN de La Nación lo señaló como el autor más destacado de su generación. El mismo año fue incluido, por el jurado de Bogotá 39, entre los mejores escritores jóvenes latinoamericanos. En 2010 fue seleccionado por el prestigioso International Writers Program para ser escritor residente en Iowa City. Ha vivido en Buenos Aires, París, Gerona y Santiago de Chile. El miedo, su cuarta novela, fue publicado en abril 2012 por la Editorial Random House Mondadori.
Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires.
Entrevisté a Gonzalo Garcés vía internet. Le envié las preguntas y él las contestó, se incluye en esta entrevista un fragmento de una novela que está escribiendo.


Pregunta: - ¿En qué momento de tu vida decidís ser un escritor? ¿hubo influencias de tu familia, eran lectores, escribían?

Respuesta:- Eran gente de profesiones liberales, con bastante cultura literaria. En general me parece que todos los escritores empiezan a escribir por una de dos razones: o para recuperar una familia que nunca tuvieron, o para alejarse de la familia que tienen. Luis Mey, por ejemplo, es de los segundos. Yo soy de los primeros.

P.:-Has vivido en varios países, Chile, España, Francia, actualmente ¿estás viviendo en Argentina?

R.:-Sí. Es que hace un tiempo me di cuenta de que escribía en argentino. Así que ¿para qué seguir vivIendo afuera? Además, mi mujer es argentina y no podría sacarla de su barrio.

P.:-¿Cuáles fueron tus experiencias de escritor en cada uno de esos países, cómo manejás la lengua al escribir? ¿cambia el español en el que estás escribiendo al vivir en otro país, influyen otros vocablos y modismos? ¿Cómo influyó en tu escritura haber  estudiado en París?

R.: - Me hizo recuperar el idioma argentino, la entonación argentina para escribir. En Francia hay un problema de lenguaje, el lenguaje literario sigue siendo diferente del lenguaje oral, y cuando los escritores franceses tratan de reproducir el habla en sus libros en general resultan forzados, no encuentran el tono. Eso es porque llevan ya demasiados siglos de divorcio entre el beau style y el habla de la calle, quizá ya es tarde en Francia para salvar ese foso. En cambio eso no pasa con dos lenguas que conozco: el inglés norteamericano y el castellano rioplatense. Nosotros podemos combinar con naturalidad la riqueza enorme del habla coloquial y los grandes arcos y ojivas del lenguaje escrito.

P.:-¿Qué escritores argentinos y de otros países influyeron e influyen en tu obra? ¿con  qué escritores sentís más afinidad?

R.:-Sé qué escritores influyeron en la obra de Borges (la respuesta correcta es: Gibbon y Lafcadio Hearn, aunque él dijera siempre Chesterton y Stevenson). Pero decir quiénes me influyeron a mí es muy aburrido. Lo que puedo hacer, si te parece, es copiar acá mismo el primer capítulo de una novela que estoy escribiendo, y el lector puede tratar de deschavar por quién o quiénes estoy influido. La novela empieza así:

“En esa época yo estaba medio loco, o por lo menos me sentía medio loco. Había llegado a Barcelona solo, después de separarme de mi mujer, y vivía de pensión en pensión. Había cumplido treinta y ocho años. Se suponía que vivir en esa ciudad me iba a permitir trabajar y visitar seguido a mis hijos, que estaban con su madre, a trescientos kilómentros, en el sur de Francia. Pero lo que hacía en Barcelona era otra cosa. ¿Qué cosa? No estoy seguro, pero la sensación era parecida a mantener un circo en ruinas o un teatro que se viene abajo. El telón está sucio, los bastidores se caen a pedazos, y sin embargo todo mi ingenio lo dedico a no cambiar de domicilio, a seguir viviendo entre estos fantasmas.
De día salía a caminar y atravesaba la ciudad de punta a punta, desde la pensión, que estaba en la parte alta, cerca del Tibidabo, hasta el puerto. Caminaba como un loco, fumando y aguantando las ganas de ponerme a llorar o de pedir socorro. De noche me metía en la cama y miraba videos en internet hasta que el cansancio me ganaba.
Una noche que no podía dormir me vestí y volví a salir. En un cine, creo que en la calle Balmes, me crucé con unas chicas. Venían saliendo del cine y comentaban la peli. Las seguí. Se sentaron en la terraza de un bar. Empezamos a charlar de mesa a mesa. Al rato hablábamos de los males de amor de una de las chicas. Había un muchacho que la tenía loca, me explicaron, pero que la hacía sufrir mucho, ya que cada vez que ella se tentaba y se acostaba con él y se volvía a enamorar, él desaparecía. Yo le hice bromas sobre su amor malsano y le expliqué cuáles eran los riesgos de querer lo que no se puede tener. “Mi mujer ahora dice que nunca me quiso”, conté, para que todas se rieran. “Eso explica por qué estuvimos juntos nueve años.” Las chicas aplaudían y pedían más. Una, me acuerdo, me tocó el brazo y me dio las gracias por alegrarles la noche. Remarcó mucho mi nombre: “Gracias, Gonzalo”, me dijo.
Pero entonces, o un poco después, me subió una especie de náusea y me disculpé con apuro y me fui. La verdad era que no aguantaba otro minuto más. Al personaje que había representado durante la última hora y media lo sentía todavía sobre la cara. Era una cosa fría y pesada y blanda, como una máscara hecha de carne. Me vi en una vitrina: mi cara parecía flotar en el aire. Era repugnante y también era algo más. Si yo hubiera sido una persona religiosa, habría dicho que eso, esas máscaras que flotaban en la oscuridad, ese teatro donde un actor con el cráneo trepanado recitaba pedazos de una comedia y después otra, todo eso era el pecado. Pero yo no era religioso y cuando metí la llave en la puerta sólo me preocupaba administrar, hasta que alguien viniera a rescatarme, mi reserva de Rivotril.”

P.:-En una entrevista que te hicieron leí que hay personajes femeninos en la literatura argentina, como La Maga, de Rayuela, que te pareció siempre "una ignorante que se guía por la intuición", y también hablás de otros personajes de autores argentinos que tratan a las mujeres como taradas. También está Elsa, la mujer de Erdosain,  personajes de Roberto Arlt,  que es una mujer sometida y débil, que hace la valija para irse con un hombre ¿crees que estos personajes están respondiendo a los estereotipos de mujeres que se instalan según cada época? ¿y que también hay cierto machismo en la literatura argentina que no ha sido desterrado y hay miedo a las mujeres inteligentes y complejas?

R.:-No hay que reducir todo al machismo, porque es una etiqueta muy vaga y así no explicamos nada. Arlt, por ejemplo, no consideraba inferiores a las mujeres: quiso establecer una lazo de colaboración intelectual con Carmen, su primera mujer, pero no le salió, y lo consiguió un poco más con la última. Pero Erdosain, su personaje, es un hombre abandonado, lastimado en su masculinidad, y vive en una suerte de delirio compensatorio, donde las mujeres son demonios a someter, so pena de ser destruido por ellas. Decir que esto es machismo es una tontería. No es una propuesta de ley para el congreso, es el análisis de una patología. Cortázar ya sí que me parece más culpable de machismo, era un hombre más dado a generalizar, y la Maga aparece como ideal. ¡Pero qué ideal! Es el mito del buen salvaje con minifalda. Hace años que no se puede elogiar a Sabato, pero el personaje de Alejandra es mucho más interesante que la Maga. Todos se acuerdan de Alejandra por el incesto, pero si uno se fija, Alejandra tiene una mirada ácida sobre la sociedad y la gente, la ira que lleva adentro le sirve para desenmascarar imposturas, y eso es muy interesante. Hay, de todas maneras, un problema que es inherente a la ficción, sea escrita por hombres o por mujeres, y es éste: uno de los temas fundamentales, si no el fundamental, es el sexo. Y el sexo no tiene nada que ver con la igualdad entre los sexos. Con el sexo estamos otra vez en las cavernas. Estamos otra vez en un estado primal, anterior al intercambio intelectual, anterior a la relación civilizada, anterior incluso a la idea de amistad o de camaradería. Así que para hablar de sexo, para hablar de verdad de sexo, tenemos que hablar del otro, sea hombre o mujer, como objeto de deseo, como objeto de conquista, como receptáculo de nuestro esperma o proveedor de esperma para nuestra matriz. En las mejores ficciones hechas por mujeres heterosexuales sobre el sexo, los hombres son objetos, son objetos de deseo reducidos a funciones primarias y sus derivados de orden fantasmal: proveedor, violador, defensor, procreador, padre. Y está bien que así sea. Después podemos mostrar también toda la hermosa, valiosa filigrana que la cultura teje en torno a esto, podemos ponernos Jane Austen y decir “it is a truth universally acknowledged that a man in posession of a fortune must be in search for a wife”, cosa que, dicho sea de paso, ahora que la cito, es bastante brutal y primaria en su pragmatismo, podemos mostrar también cómo la inteligencia, la gracia, la nobleza, la generosidad, son cualidades que celebramos una vez que elegimos a un macho o una hembra deseables. Pero si perdemos de vista ese núcleo animal, no estamos hablando realmente de sexo.


P.:-En cuanto a la literatura de la Provincia de Buenos Aires, Ricardo Piglia me dijo una vez que había que ocuparse de esta literatura, porque es distinta a la de la ciudad de Buenos Aires y a la de las literaturas de otras regiones de la Argentina. Vos rescatás a Washington Cucurto y a Fabián Casas, y entiendo que los considerás auténticos, más fidedignos al lugar que están narrando. ¿Y qué escritores de esa tradición literaria rescatarías? te nombro a Ricardo Güiraldes, a Eduardo Gutiérrez, a Benito Lynch, por ejemplo.

R.:-Don Segundo Sombra no me gusta. Me aburre. Me parece una literatura tosca. Gutiérrez también, aunque con más vitalidad. A Lynch no lo leí. Me gusta Juan Diego Incardona. Y  Claudia Piñeiro, que habla de la otra provincia, la de los countries, me parece muy buena, aunque también me da un poco ganas de suicidarme, como todas las novelas costumbristas. Me parece que Piglia se engolosina demasiado con esa idea, que aplica también en sentido temporal, de las fronteras en la literatura. Es como cuando dice que Borges es el último escritor del siglo XIX. Suena bien, pero no significa nada. Porque en realidad no cambió la literatura cuando cambió el siglo, no hay un corte epistemológico el 1º de enero de 1900, como sabe cualquiera que no sea una señora gorda, y Piglia no es una señora gorda. Y tampoco hay un corte epistemológico en la General Paz.

P.:-También decís que hay en la literatura argentina un "querer ser lo que no se es", Borges quiere ser un orillero, Cortázar se va a París, Puig también se escapa a veces. Y que también hay como una obsesión por escribir como alguien de clase baja cuando en realidad se pertenece a otra clase social. En esto, Eduardo Galeano es claro, porque dice que si se escribe como alguien de clase baja queriendo darle voz a personajes de una clase social más baja que la del escritor, es estar mirando al personaje desde arriba y no está bien. ¿Te parece que es algo que ocurre más en la literatura argentina o se da en la literatura de otros países también?

R.:-Se da en todas partes, porque en todas partes hay escritores que nunca trabajaron con las manos, o directamente que nunca tuvieron que trabajar para ganarse la vida, y por eso tienen mala conciencia y complejo de culpa con la clase baja. Yo al escritor que escribe sobre un personaje pobre, le preguntaría: ¿esto viene de la experiencia? Pero no lo haría para pedirle credenciales de hombre del pueblo. Es que escribir sobre una cosa que no se conoce por mala conciencia genera mala literatura. Antes lo mencioné a Luis Mey. Bueno, su libro Las garras del niño inútil habla de una familia de clase media baja. Es un gran libro. Está escrito desde adentro y desde la rabia. El personaje del padre es tremendo, un hombre complejo, malo y desamparado, malo y a su manera leal, pero sobre todo malo.

P.:-En cuanto a la escritura autobiográfica, estuviste dando un taller en el Malba, ¿considerás que hay un miedo a escribir sobre experiencias propias? Y sin embargo los teóricos de la literatura y del arte dicen que los escritores se nutren de su vida y de sus experiencias, aunque elaboren  ficciones. En cambio los pintores y artistas visuales pueden nutrirse de otros universos.¿Está mal visto en algunos círculos académicos esta literatura del yo?

R.:-Lo que está mal visto en la academia es la idea de que hay una relación entre experiencia y literatura, porque la facultad de letras, igual que pasa con otras humanidades, como psicología, filosofía, historia o economía, tiene un complejo grave con las ciencias duras,  hay un deseo ardiente pero imposible en la carrera de letras, que es el deseo de ser científicos. Es imposible porque la realidad subyacente en la materia que tratan no está normada ni regularizada como la realidad subyacente en la astronomía o la química. Entonces la academia procura negar o ridiculizar el papel de la experiencia en la literatura, porque es el obstáculo más visible para convertir a la crítica literaria en una ciencia.

P.:-En tu última novela El miedo, hablás del miedo al amor o a perseguir el amor, un amor ideal, completo. Hay un ideal del amor y hay un amor más terrenal. Y a veces no coinciden. ¿No será que la literatura instala una idea del amor que es muy difícil que exista?

R.:-La cultura, en conjunto, instala una idea imposible del amor. El ideal de amor ardiente y eterno que inventaron los trovadores hace imposible el amor. La cultura de supermercado, que presiona todos los días para comprar el nuevo modelo, vuelve imposible el amor. Hasta nuestra longevidad vuelve imposible el amor, que biológicamente está mejor adaptado a individuos que se enamoren a los veinte años, procreen hasta los veinticinco y mueran a los veintinueve. Que a pesar de todo eso el amor ocurra habla bastante bien de nosotros, o de nuestra terquedad.

P.:-Leí que te casaste hace muy poco tiempo, con una escritora, ¿cómo es la relación entre dos escritores? ¿se comentan lo que escriben o cada uno se guarda lo suyo?

R.:-Agostina no es escritora, ni quiere serlo. Es una buenísima lectora, y también una buenísima cinéfila y una buenísima televidente y una buenísima aficionada al teatro y una buenísima localizadora de buenos restaurantes y de pasajes de avión a buen precio. Así que nuestra vida es muchísimo mejor que si fuéramos dos escritores.

(c)Araceli Otamendi - Archivos del Sur