jueves, 29 de julio de 2010

Slavoj Zizek en Buenos Aires* por Araceli Otamendi

(Buenos Aires) Araceli Otamendi






El filósofo eslavo Slavoj Zizek, brindó una conferencia de prensa en el Malba. Vino a la Argentina invitado por la editorial Paidós para presentar su libro “Violencia en acto”, una serie de conferencias que pronunció en 2003, en una visita anterior al país. Vehemente, apasionado para hablar, Zizek se expidió acerca de muchos temas.









La actualidad









“No tenemos una buena teoría de lo que está pasando ahora” dijo. “Se habla de estas teorías de moda “post”, sociedad postmoderna, postindustrial, pero todo debe ser repensado.  “Lacan dijo que la realidad tiene la estructura de la ficción. Podemos articular una cierta estructura ideológica porque sabemos que es una ficción”. (1)




Atendiendo a esto último Zizek se detiene en el cine, en sus estructuras narrativas y en el contexto social que muestran.








El cine













“Algunos dicen que para comprender una obra de arte hay que comprender su contexto social. Yo creo que con películas excelentes se da la situación inversa” aseguró Zizek.




“Quien quiera comprender una realidad debe ver una buena película”, dijo el filósofo. Y agregó: “No podemos obtener una representación de modo más directo que en el cine”.




“Por ejemplo en  las películas de Tom y Jerry ¿qué tipo de mundo hay ahí?” se preguntó.




“En esas películas se están agrediendo permanentemente, tendemos a olvidarlo porque vemos en ellas  un aspecto infantil”.




“De una manera similar lo mismo se aplica a las películas de ciencia ficción. Lo que encontramos en ellas son nuestras utopías”.




“Mi tesis dice que los films catástrofes son un género de utopías” y agregó:




“Se necesita una catástrofe total para concebir la solidaridad en el mundo”.




“Si se quiere comprender una cierta realidad se debe ver una buena película.




“Cuando ví “La ciénaga” de Lucrecia Martel comprendí un poco cómo son las provincias argentinas.”.




“Si quieren comprender algo de Serbia, si viajan directamente no van a comprender nada, primero vean una película sobre el tema y después viajen.




“Nuestro problema, en los Balcanes es que somos el sueño de occidente. Esto explica la relación ambigua entre los Balcanes y occidente”.








Los escritores


“Los más peligrosos políticos son los escritores” .




“Lo que ocurrió en los ´90 en Yugoslavia me hace volver a Platón. Platón fue quien dijo  había que echar a los poetas  de la República”.




“Peter Handke, por ejemplo, se volvió pro Milosevic”












La Argentina









“La cultura argentina me interesa en este sentido. La mitología gaucha por ejemplo, fue recogida por viajeros ingleses. Por ejemplo el Facundo, estas ideologías nacionales están medidas por la mirada extranjera. No ve a sí misma como a la Nación sino como quieren que lo vean los extranjeros.




En el caso de Atenas, por ejemplo, para los occidentales lo que les importaba era hacer de Atenas un gran centro.




Lo mismo ocurre en la literatura. Para saber qué es uno se necesita de la mirada extranjera. Si uno quiere saber lo que es necesita que el extranjero le diga lo que es”.








(c) Araceli Otamendi - Archivos del Sur






(1) En su Seminario de 1969-70 Lacan destaca el Fictitious de Jeremy Bentham para afirmar que “toda verdad tiene estructura de ficción”.


*publicada originalmente en la revista Archivos del Sur

sábado, 24 de julio de 2010

Entrevista a Fernando Iwasaki Cauti * por Araceli Otamendi



(Buenos Aires/Sevilla) Araceli Otamendi


Entrevisté a Fernando Iwasaki Cauti a través de internet, le envié las preguntas y él me respondió por el mismo medio. El escritor e historiador de origen peruano actualmente vive en Sevilla.
Entrevista
Inicios
Araceli Otamendi:- ¿Cuándo decidió que iba a escribir, a ser un escritor? ¿Qué fue lo que lo influenció?
Fernando Iwasaki: - Siempre escribí, desde el colegio y también en la universidad, pero no necesariamente pensaba que sería escritor. Ni siquiera después de haber publicado mi primer libro de cuentos en 1987 se me pasó por la cabeza que sería escritor, porque entonces era profesor de historia en la universidad y la literatura era una suerte de clavel en el ojal del académico. Más bien, me ilusionó pensar que podía ser escritor cuando decidí dejar el ejercicio profesional de la historia, pero esto sucedió ya en Sevilla y hacia 1994, con unos tres libros de cuentos publicados. Y la verdad es que no fue ninguna influencia, sino pura y vulgar necesidad.
A.O. - ¿En su casa leían mucho?¿Qué leía cuando era niño?
F.I. - En casa éramos siete hermanos y sólo yo leía, aunque todos pasamos por la universidad. Mi madre sí era lectora y mis primeros libros fueron los suyos: la colección argentina de clásicos “Robin Hood”, las vidas de animales de Bernard Rutley en Editorial Molino y muchos cómics de súper-héroes de profesión sus rayos. Creo que si no hubiera leído las aventuras de los 4 Fantásticos jamás habría entendido a Borges, pero antes de leer a Borges leí a Lovecraft, Poe, Ribeyro, Vargas Llosa, Cortázar, Bryce Echenique y Borges, en ese orden. Todavía no había entrado a la universidad y cada uno de esos autores me deslumbró. 
 
Literatura/historia
A.O.- ¿Está escribiendo ahora una novela histórica? ¿Cómo influyen sus conocimientos de historiador en su literatura? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de tener tantos conocimientos acerca de la historia para escribir literatura?
F.I. - La novela histórica no debe contar algo verdadero sino simplemente algo verosímil. Cuando recién comenzaba a escribir me interesaba mucho la verdad, pero ahora lo que me interesa es la verosimilitud. Por eso pienso que no hay ninguna desventaja en tener tantos conocimientos históricos, porque ahora la verosimilitud de mis ficciones puede ser más persuasiva. 
 
A.O. - Hay algunos personajes peruanos o con ascendencia peruana muy impresionantes como Flora Tristán y su nieto, Paul Gauguin acerca de los que ha escrito Vargas Llosa. ¿Hay algún mito o personaje histórico que lo obsesione para escribir un libro y todavía no lo hizo?
F.I. - Me interesan los escritores olvidados, porque el futuro de todo escritor es el olvido. Pienso en Félix del Valle, un desleído escritor peruano que después de huir del franquismo en España se refugió en Argentina y murió en Buenos Aires a comienzos de los años 50. A Félix del Valle le dediqué un cuento que titulé «El derby de los penúltimos». También me interesa la xenofobia que se desató contra los japoneses en Lima, durante los años de la II Guerra Mundial. A ese tema le dedicaré una novela dentro de un futuro incierto.
A.O.- ¿Qué escritores peruanos y de otros países han sido sus modelos?
F.I. - Los peruanos, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique. Los latinoamericanos serían Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante y Jorge Ibargüengoitia. Los españoles, Enrique Jardiel Poncela, Julio Camba y Wenceslao Fernández-Flórez. Y los autores de la literatura universal serían Stendhal, Tolstoi, Melville y Faulkner. Pero por encima de todos, Jorge Luis Borges.
A.O. - Si tuviera que elegir una obra de cada uno de ellos ¿con cuál se quedaría y por qué?
F.I. - “Conversación en la Catedral” (Vargas Llosa), “La palabra del mudo” (Ribeyro), “La vida exagerada de Martín Romaña” (Bryce Echenique), “Historia de cronopios y de famas” (Cortázar), “Habana para un infante difunto” (Cabrera Infante), “Los relámpagos de agosto” (Ibargüengoitia), “El libro del convaleciente” (Jardiel), “La ciudad automática” (Camba), “Escenas de la vida vulgar” (Fernández-Flórez), “La cartuja de Parma” (Stendhal), “Ana Karenina” (Tolstoi), “Moby Dick” (Melville), “Mientras agonizo” (Faulkner) y “El Aleph” (Borges). Me quedaría con los libros citados porque son mis preferidos en cada caso. 
 
A.O. - ¿Cuál es su método de trabajo? ¿Escribe todos los días? ¿Corrige mucho?
F.I. - Como no vivo de la literatura no puedo escribir todos los días. Ojalá fuera así. Por eso suelo pensar mucho en lo que quiero escribir. Me puedo pasar meses y años pensando en lo que quiero escribir. Y cuando ya tengo todo en la cabeza me tomo un mes de vacaciones y otros dos meses de excedencia sin sueldo, para tratar de escribir el libro en sólo tres meses. Si no lo termino en tres meses tengo que dejarlo y retomarlo un año y medio más tarde. Durante esos tres meses puedo escribir hasta 18 horas seguidas (yo sólo duermo cuatro) y apenas corrijo. De hecho, nunca escribo versiones preliminares de ningún libro.
A.O. - ¿Qué tipo de literatura prefiere leer actualmente?
F.I. - Leo varios libros simultáneamente: una novela, uno de cuentos, uno de memorias, otro de artículos y uno de ensayo. Pero debería aclarar que no veo la tele, que no voy al cine y que no tengo vida social. Mi trabajo alimenticio me quita tanto tiempo que no puedo desperdiciar el poco tiempo que me queda libre. La verdad es que no veo la hora de cumplir los 60 años y convertirme en un jubilado dueño de su tiempo.
Vida
A.O. - Usted vive ahora en España, ¿cuándo tomó la decisión de irse a vivir ahí y por qué?
F.I. - Yo no me fui del Perú para ser escritor. Me fui para investigar en el Archivo de Indias de Sevilla y hacer un doctorado en historia. Era 1985, tenía 23 años y no creía que mi vida experimentaría tantos cambios, porque a los tres meses de llegar conocí a mi esposa y así hasta hoy. Luego fueron pasando los años, nacieron los hijos e hice mi vida aquí. No he perdido un país porque más bien he ganado otro.
A.O. - ¿Escribir en otro país que no es el de origen le da otra perspectiva o siempre, cuando escribe se siente en el Perú?
F.I. - Mi abuelo paterno era japonés, mi bisabuelo materno italiano, mi esposa y mis hijos andaluces. ¿Por qué tengo que ser solamente peruano? “Patria” es la tierra de los padres, pero la tierra donde han nacido los hijos carece todavía de sustantivo y a mí me parece tan esencial o más que la “patria”. Teniendo un apellido japonés y otro italiano, habiendo nacido en el Perú y viajando con un pasaporte español, me siento de todas partes y de ninguna. ¿Por qué a los escritores no nos tratan como a los futbolistas? Yo quiero ser un «escritor comunitario», igual que esos futbolistas que no ocupan plaza de extranjero en las ligas europeas.

(c) Araceli Otamendi - Archivos del Sur -2006- Todos los derechos reservados

*entrevista publicada originalmente en la revista Archivos del Sur en 2006

jueves, 22 de julio de 2010

Entrevista a Edmundo Paz Soldán *por Araceli Otamendi



(Buenos Aires) 

Edmundo Paz Soldán nació en Cochabamba, Bolivia, en 1967. Es licenciado en Ciencias Políticas y obtuvo un doctorado en Lenguas y Literatura Hispana por la Universidad de Berkeley. En la actualidad es docente de la Universidad de Cornell. Ha sido ganador de varios premios literarios, entre los que se cuentan el Premio Erich Guttentag (Bolivia, 1992), por la novela Días de papel, y el Premio Juan Rulfo (1997), con su obra Dochera; dos años más tarde fue finalista del Premio Rómulo Gallegos con su novela Río fugitivo. Ha sido galardonado con el premio Nacional de Novela 2002 de Bolivia, por la obra El delirio de Turing.

Paz Soldán pertenece a una nueva corriente narrativa latinoamericana, que registra en sus obras el impacto de los medios de comunicación masivos y las nuevas tecnologías en el paisaje urbano del continente. Ha formado parte de la antología McOndo (1996), señalada, junto al manifiesto del grupo mexicano del "Crack", como clave para entender la propuesta estética de la nueva generación de narradores. También ha publicado la novela Días de papel (1992), y los libros de cuentos Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1998). Coeditó la antología de cuentos Se habla español (2002). Sus obras han sido traducidas al inglés, alemán, finlandés, francés, danés, griego y ruso, y han aparecido en antologías en España, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Francia, Perú, Argentina y Bolivia.
Entrevisté a Edmundo Paz-Soldán vía correo electrónico. Le envié las preguntas y él me contestó por el mismo medio.
Entrevista


Araceli Otamendi:  -¿A qué edad empezó a escribir? ¿Cuándo decidió convertirse en escritor, qué fue lo que lo motivó?
Edmundo Paz-Soldán: -Comencé a escribir a los nueve años, pero más como un pasatiempo. El trabajo más serio con los manuscritos, la reescritura, comenzó alrededor de los dicecinueve años. Lo que más me motivó fue el hecho de que a esa edad vivía en Buenos Aires. En esa ciudad con tanto fervor cultural, decidí asumir una vocación a la que hasta ese momento no había tomado muy en serio. En mi casa el que leía mucho era mi papá.
A.O. - ¿Cómo elige los temas para una novela o un cuento? ¿Se le imponen personajes y luego escribe?
E.P.S. - Los temas suelen elegirme. Pero con los años uno desarrolla cierto olfato para saber de manera intuitiva si un tema puede funcionar o no.
A.O. -¿Cuáles fueron los escritores que lo influenciaron?
E.P.S.-Borges, Vargas Llosa, Kafka, Camus, Hemingway. Esos al comenzar. Luego aparecieron otros como Javier Marías.
A.O. - ¿Cuáles son sus métodos de escritura? ¿escribe todos los días? ¿a mano, en computadora?
E.P.S. -  Mi método es la falta de método. No escribo todos los días, y cuando lo hago nunca paso de las dos horas. Ahora, cuando estoy metido en una novela, sí trato de encontrar cierta continuidad para la escritura. Escribo en computadora, y el lugar favorito para hacerlo es una mesa en la cocina de mi casa, el lugar más cálido, cerca de la cafetera y el refrigerador.

A.O. - ¿Corrige mucho?
E.P.S.-  Mi última novela, Palacio Quemado, tuvo ocho versiones.,




A.O. - ¿Cuál es su opinión acerca de la literatura latinoamericana actual y en especial la literatura boliviana?
E.P.S.-  Está atravesando un muy buen momento de diversidad, de renovación, de cierto eclecticismo en el estilo. Hay escritores en Bolivia que se están consolidando, gente como Giovanna Rivero, Ramón Rocha Monroy y Juan Claudio Lechín.
A.O. - ¿Hay un acercamiento en su obra actual hacia los temas relacionados con la política y lo que significaron las reivindicaciones de la izquierda en los ´70? Y para ser más actual, con el giro que hubo de la realidad social y política de Bolivia.
E.P.S.-  Me interesa, sobre todo en mis novelas, explorar la relación entre nuestro presente de democracia y caos social y el pasado dictatorial más reciente. He trabajado ese tema en mis últimas cuatro novelas, pero ahora creo que voy a darle un descanso en mis futuros proyectos.




A.O. -  Leí su cuento "El ladrón de Navidad" publicado en la antología "Contar las olas" publicado por la editorial Lengua de Trapo, donde el protagonista es un niño. Me parece un cuento notable. Me gustó la vuelta de tuerca al final del cuento y también la realidad social que aparece en él, porque la madre del niño es una mujer boliviana,  que va a Miami con él a comprar ropa para después venderla en Cochabamba. Quisiera saber  en principio qué fue lo que le inspiró para escribir este cuento.


E.P.S. -  Un hecho real, un viaje a Miami que hice con mi mamá y mi hermana en 1976. Yo tenía nueve años, era la primera vez que salía de Bolivia. Por supuesto, los hechos reales no ocurrieron como en el cuento, pero eso es otra historia.


A.O. - ¿Hubo influencias de Diario del ladrón de Jean Genet?


E.P.S. -  No.


A.O. - ¿Por qué utilizó la segunda persona para narrar el cuento?


E.P.S. -Me gusta esa voz cuando se trata de un tema relacionado con la conciencia del personaje, con un análisis acerca del alcance moral de ciertos actos.



A.O.-  ¿Qué relaciones rescata entre internet y la literatura? ¿la literatura cambió a partir del uso de las nuevas tecnologías?
E.P.S. -  Ha permitido que mi generación esté muy relacionada entre sí. Ha permitido la aparición de un nuevo género literario, el blog. La literatura siempre está cambiando, los nuevos medios la desafían y uno tiene que aprender a procesarlos literariamente, a dejarse influir en el lado creativo, a no tenerle miedo al cambio tecnológico.




A.O.- Como profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Cornell, podría decirme ¿en qué tipo de literatura se interesan los estudiantes? ¿Qué tendencias advierte en lo que escriben en Estados Unidos?
E.P.S. - A los estudiantes les interesa explorar los clásicos, pero les emociona leer a autores que están escribiendo en este momento, que son sus contemporáneos.


(c) Araceli Otamendi-Archivos del Sur - Todos los derechos reservados


*entrevista publicada originalmente en la Revista Archivos del Sur

sábado, 17 de julio de 2010

Entrevista a Gloria Lopresti* por Raúl Vigini




Vivir encontrando la magia*


Fue una niña con dotes especiales, no sólo comenzó a actuar desde su primera infancia, sino que también se dedicó a enseñarle a los más humildes. Conoció de cerca el éxito en su carrera artística, pero también el vencimiento en una época oscura y violenta de nuestra historia. Sin embargo nada la amedrentó y siguió luchando desde diferentes espacios por los derechos humanos y también comenzó su incursión en las letras.
La Palabra  tuvo el gusto de acceder  a esta conmovedora historia de vida y de talento.

LP - Sus inicios en la radio tuvieron que ver con lo familiar y su entorno. Cuéntenos.

G.L. - Es bastante inusitada mi vida en todos los sentidos, papá Roberto Lopresti era actor y mamá, Celia Juárez, actriz. Mi mamá está viva, papá no. Pero lo mío ya venía de mi abuelita materna Rosa Rossi que era locutora. Además mi bisabuela era prima de Carlitos Chaplín, así que es algo genético.
Mamá trabajaba en LR1 Radio Nacional en el raioteatro “Los Pérez García” y un día tenían que buscar a un chico para que haga de Cachito, un personaje y de pronto Martín Zabalúa me dice -yo la había ido a acompañar a mamá-  “Gloria, ¿te animás a poner voz de varoncito?”. Y yo le dije que sí, y ahí descubren, nadie lo sabía, que yo sabía leer, tenía cinco años y medio. Seguí en “Los Pérez García”, hasta los once años más o menos en que empezó a notarse que no era un varón. De pronto le llega a mamá la propuesta de que yo sea la protagonista de la audición denominada “Las andanzas de la Muñeca Mariquita Pérez” en LS4 Radio Splendid. En ese momento había una muñeca que se llamaba “Mariquita Pérez”, había dos famosas, otra era “Marilú”. El negocio de la muñeca abarcaba la mitad de lo que hoy día son las Galerías Pacífico, la otra mitad eran oficinas del Ferrocarril. Aún hoy me acuerdo de lo que eran las vidrieras. Vinieron diseñadores de España, porque la muñeca tenía patente española, me sacaron una muestra de pelo, colorearon los ojos de la muñeca lo más parecido a mis ojos y la muñeca entonces tenía mi color de pelo y de ojos. No era nada fácil para mí, sólo tenía diez años.
Digo que no era fácil para mí porque por ejemplo había una barra de muchachos en el barrio y la que estaba siempre con la barra era yo. Y además sin que mis padres lo supieran iba a enseñar a leer y a escribir a una villa miseria, cosa que empecé a  hacer a los ocho años, mientras mis padres trabajaban, yo me iba a la villa. “Los Pérez García” era a la noche y lo de la muñeca era a la tarde, entonces me cortaba tanto la vagancia como la solidaridad, pero de alguna manera me las arreglaba e iba a la villa. Y un día mamá se entera porque encuentra un sello, me había hecho hacer uno que decía “Unidad bienhechora infantil”, porque en la villa había formado una biblioteca, entonces el trabajo que les daba a los chicos era que leyeran durante la semana un libro y se lo contaran a los otros chicos, para ello necesitaba tener una especie de biblioteca. Era una nena.
Trabajé mucho en radio hasta que aparece la televisión, me llaman y  empiezo, mientras tanto había hecho teatro con Luis Arata bajo la dirección de Narciso Ibáñez Menta en la obra “El avaro”.

LP - ¿Cuál fue su formación actoral para comenzar en la televisión?

G.L. - Ninguna, trabajar, trabajar, trabajar. Sólo que yo tuve la suerte de trabajar casi permanentemente con don Armando Discépolo, entonces era como tener clase permanentemente, era una cosa de locos el talento que tenía, el mismo talento del hermano lo tenía él. Yo no creo que los actores no deban formarse, pero de pronto la vida te lleva a que te formes en la actuación y depende de los directores que tengas.

En el año ’73 empezamos los actores a tener problemas con la Triple A , yo estaba al frente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asociación Argentina de Actores y empecé a tener problemas, amenazas y otras cosas. Entonces el trabajo disminuyó, seguía trabajando como actriz y además de eso animaba en la casa de Carlos Gardel animaba el show de tango y de eso vivía. El 31 de julio del ’77 me secuestran, no me llevan a ningún campo de concentración, simplemente, si se puede decir simplemente, nueve horas me torturan y me dejan por muerta en los terrenos aledaños de la Avenida General Paz. Ahí prácticamente se termina mi carrera de actriz. Este temblor que yo padezco es debido a las torturas. Pero tenía que trabajar de algo y además tenía que trabajar para salir de casa, para que no me agarre el pánico, y no conseguía trabajo en ningún lado, entonces me pongo a vender panchos y coca cola en Harrod’s. Allí me conoce la gente porque había distintos stands, era como un shopping más chico y me conoce la directora de belleza de una empresa de cosméticos y me pregunta si quiero ser experta de belleza. Le dije que sí y entré allí y a los tres meses ya era vendedora y supervisora de la empresa, o sea hice una carrera muy
importante, pero la dejé para irme con mi marido con quien había empezado a salir en el ’78. Me fui a Europa a una gira del Quinteto Tiempo, cuando volví otra vez a buscar trabajo, pero yo tenía tanto prestigio dentro de la cosmética que entré a otra empresa mucho más importante y donde desarrollé una carrera excelente, hasta  que esta empresa fue vaciada a fines del ’80.

LP - Usted tiene una anécdota con Palito Ortega cuando vendía panchos y coca.

G.L. - ¡Ah, sí! Había filmado una película con Palito Ortega en el ’65 “Mi primera novia” y un día llega a Harrod’s y me ve detrás del mostrador con la camisa de coca cola, y me dice “hola Tana ¿estás filmando?”. Fue muy gracioso. Le dije: ¡no estoy trabajando!
Y me fue bien con los panchos o sea fui una buena vendedora tanto de cosmética como de panchos.

LP - ¿Cómo surge su otra veta, la literaria?

G.L. - Siempre tuve la costumbre de escribir poemas y cositas en servilletas, y cuadernos. Y me acompañaba una historia muy rara, muy muy rara, que no sé como a una criatura se le puede ocurrir. Que es la historia -obviamente imaginaria- de una mujer que por ser servil se va quedando jorobada de tanto decir, sí señor, sí señor, no señor, en el trabajo. Tan jorobada queda que no puede ver los carteles, los números de los colectivos y estaba ahí el cuentito. Mal escrito, escrito por una criatura. Y de pronto, tuve una amiga, la tengo porque siento que me acompaña, era muy buena actriz que se llamaba  Irene Mónaco, éramos como hermanas. Entonces empecé a escribirle, sentí la necesidad de escribirle una carta. Y de ahí nace el libro donde empiezo a contar mi infancia, y le digo siempre fuiste tan generosa que nunca me preguntaste cómo fue mi infancia. Y describo la casa donde viví que era una casa maravillosa. Yo recomiendo que vayan a conocerla porque se puede entrar, es un pasaje en el Barrio Chino de Belgrano en la calle Arribeños 2350, es la réplica de un edificio español y declarada monumento nacional. Ahí me crié. Entonces empiezo a contar la vida de cada uno de los habitantes de allí y averiguar qué era de la vida de ellos. Las cosas de la vida...  A mí me encantan leer los clasificados y un día le digo a mi marido: mirá esto. La noche anterior había estado hablando de la casa y había estado leyendo lo que yo había escrito de la casa. La casa es un personaje más de ese libro. Se vendía “mi” departamento, pero hete aquí que quienes lo compraron fueron los padres de una muchacha que también se llama Gloria y que nos conocimos en la cárcel defendiendo a los presos políticos. O sea creer o reventar. La cuestión es que estoy escribiendo este libro y se me cruza por la mitad del trabajo el famoso cuento de la mujer jorobada, entonces me pongo escribir. Me entra en la mente, pasa al corazón y de ahí a las manos. O sea que lo que escribo es como que ya lo tuviera escrito. Yo estaba pasando un momento muy malo con la enfermedad de mamá y dije me va a ser mejor si escribo este libro ahora y el otro lo termino después. Empecé a escribir cuentos. Ahora, toda mi vida fui muy machista, pero machista, machista, o sea podía ver llorar a una mujer, pero veía llorar a un hombre y me mataba. Cuando termino esto, termino con el cuento porque son cuentos y poemas, me doy cuenta que es la vida desde la visión de una mujer. sea que lo que ecribo es cvomo que tya lo tuvoiera escrito. Yo estaba pasando un momento muy malo con la enfermedad de mamá y dije me va deshacer, mejor si escribo este libro ahora y el otro lo termino después.  Que en lugar de ser machista era casi feminista. Cambió el ángulo de la visión. Ahí quedó el libro escrito, quedó una copia.
La historia no se ha cerrado porque el libro se va a editar en Venezuela. Y después tengo que terminar el otro libro. Después vendrán otros libros u otros poemas. Pero siento que encontré lo que más me gusta. La vida de los actores es bastante difícil. Cuando hacía Las Aventuras de la Muñeca Mariquita Pérez que la escribía nada más y nada menos que la nieta del escritor Góngora -Leonor de Góngora- pero por contrato yo tenía todas las tardes por la calle Florida con la muñeca en la mano y vestida con el vestido típico de la muñeca. No era fácil. En realidad mi vida te darás cuenta que no es fácil pero sí es mágica.

LP - Tu infancia con dos actores importantes de la radio en ese momento ¿cómo te resultó? ¿Disfrutaste de ese ambiente con gente famosa y del reconocimiento popular?

G.L. - Nunca iba a fiestas del ambiente, no me interesaba. Tengo muchos amigos dentro del ambiente pero no iba a fiestas. Ir a una fiesta del ambiente era como llevar el trabajo también fuera de tu casa en los momentos libres. Y bueno, estoy orgullosa de mi vida. Dicen que hay que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Tengo mi hijo, mis nietos, mi bisnieta. Plantamos con mi marido un árbol y escribí el libro. El prólogo lo va a hacer alguien a quien respeto mucho y que me empujaba a escribir: Marcelo Simón que es una autoridad. Está contento de hacer el prólogo y es un poco también hijo de él.

(c) Raúl Vigini


Raúl Vigini es el Director del Suplemento La Palabra - Diario La Opinión de Rafaela, Provincia de Santa Fe



NdeR: Gloria es esposa de Alejandro "Gurí" Jáuregui del Quinteto Tiempo.


 * entrevista publicada originalmente en el Suplemento La Palabra del diario La Opinión de Rafaela (Provincia de Santa Fe) en enero de 2007

viernes, 16 de julio de 2010

Entrevista al escritor boliviano* Víctor Montoya por Araceli Otamendi





(Buenos Aires/Estocolmo) Araceli Otamendi


Víctor Montoya nació en La Paz, el 21 de junio de 1958. Desde 1960 vivió en las    poblaciones mineras de Siglo XX y Llallagua, al norte de Potosí. Fue dirigente estudiantil hasta mediados de 1976, año en que la dictadura militar de Hugo Banzer lo persiguió por sus actividades políticas. Durante su cautiverio escribió su libro de testimonio Huelga y represión. En 1977, gracias a una campaña de Amnistía Internacional que reclamó por su libertad y lo adoptó como uno de sus presos de conciencia, fue sacado de la prisión y conducido directamente hasta el aeropuerto de El Alto, desde donde llegó como exiliado a Suecia, país donde reside desde entonces. Trabajó en una biblioteca municipal coordinando proyectos culturales, dictó lecciones de idioma quechua y dirigió Talleres de Literatura Infantil, cuyo producto culminó en la publicación del libro de texto Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia, en 1985. Cursó estudios de pedagogía en la Escuela Superior de Profesores y ejerció la docencia durante varios años. Actualmente se dedica a la literatura y el periodismo cultural, con publicaciones en países de Europa y América Latina. Su obra abarca el género del cuento, la novela, el ensayo y la crónica periodística. Fundó y dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Obtuvo premios y tiene cuentos traducidos y publicados en diversas antologías. Desde hace varios años es miembro de la Sociedad de Escritores Suecos y del PEN-Club Internacional. Participó en el Primer Encuentro Hispanoamericano de Jóvenes Creadores, Madrid, 1985, y fue uno de los gestores del Primer Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Europa, Estocolmo, 1991. Se hizo merecedor de becas literarias del Fondo de Escritores y otras instituciones culturales. Tiene en preparación una novela cuyo protagonista es un niño de una población minera.  



¿Qué influencia tuvo en su escritura el exilio en Suecia? 


La experiencia del exilio, aparte de las franjas de distorsión que te impone una nueva   realidad lingüística y cultural, fue positiva en varios sentidos. La diáspora me ayudó a comprender que Bolivia no es más que una pequeña parte de América Latina y que América Latina no es más que una parte del mundo. Vivir en una sociedad secularizada, multilingüe y pluricultural es, como supondrás, una experiencia enriquecedora no sólo porque en ella encuentras nuevas fuentes de inspiración, sino también porque te da una nueva visión de las cosas y de cómo consolidar los pilares de la democracia a través de la tolerancia y el respeto a la diversidad. En un país cosmopolita, mejor que en ninguna parte,  se puede  aprender a convivir en armonía con individuos que pertenecen a otras culturas, razas, credos y a otro grupo lingüístico muy diferente al de uno. El exilio, cuando y siempre se lo sepa aprovechar,  proporciona elementos nuevos que enriquecen no sólo la obra, sino también la vida, que de otro modo sería más pobre y restringida.  El exilio me permitió también conocer y compartir con escritores de otras nacionalidades. Las influencias son sutiles, pero se dan en todos los planos de la vida sin que uno lo note. Las bienaventuranzas y los avatares del exilio dejan su impronta, de manera consciente o inconsciente, en una obra de creación. Mas no por esto uno deja de ser lo que es. En mi caso, después de haber pasado la mitad de mi vida en Suecia, sigo escribiendo como si estuviese en Bolivia, con los mismos códigos lingüísticos de los habitantes del altiplano. Este fenómeno está presente, por ejemplo, en mi novela “El laberinto del pecado” o mis “Cuentos de la mina”, donde re-creo de manera literaria los mitos, leyendas y tradiciones de los mineros bolivianos. La mayoría de mis libros tienen como eje de acción a la tierra donde transcurrió mi infancia y adolescencia. Más todavía considero que la nostalgia y la distancia hacen que un autor aborde temas que son propios del país del cual proviene. Esto sucedió, de un modo general, con los escritores latinoamericanos que vivieron en Europa. Escribieron a la distancia obras célebres sobre la realidad de América Latina; ahí tenemos el caso de Vallejo, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Benedetti, Galeano, entre muchos otros. 


Encontré en sus cuentos un tema permanente: el niño como protagonista¿Cómo fue su  infancia?¿Sigue  escribiendo cuentos de chicos?     


No recuerdo mi infancia como la etapa más feliz de mi vida, pues viví a saltos de mata desde cuando tuve uso de razón. Creo que el temprano divorcio de mis padres me creó una inestabilidad emocional y me dio la grave sensación de que el mundo se hundía a mis pies. Así que leer cuentos y novelas protagonizados por niños es una suerte de encontrarme con los pedazos dispersos de mí mismo y, inconscientemente, una forma de recuperar una infancia perdida. De niño fui demasiado introvertido y casi nunca jugué con mis amigos, quienes, en medio de algarabías y gran chacota, vivían al máximo su actividad lúdica y su mundo imaginario que, por razones obvias, era ajeno al mío. Me sentía como un niño extraño, sin ganas de jugar ni de vivir. Pero, ya ves, la vida tiene sus vueltas y te da sorpresas. Desde que estudié pedagogía y trabajé en una biblioteca de niños, me dediqué en parte a describir y analizar psicológicamente el mundo de la infancia. Es más, aun siendo adulto, me siguen fascinando los cuentos populares de los hermanos Grimm y Charles Perrault. Vivo como si fuesen mías las aventuras de Peter Pan, Pipa Calzaslargas y Harry Potter. Me seduce tanto el mundo mágico de la infancia, que ahora mismo estoy trabajando en una novela cuya trama está contemplada desde la perspectiva de un niño, quien vive en un ambiente hosco y árido, como son las poblaciones mineras en la cordillera andina. Es cierto lo que dices, varios de los protagonistas de mis cuentos son niños, sobre todo, niños pobres y tristes, al estilo de “Oliver Twist” de Dickens o “Paco Yunque” de Vallejo. Tal es mi interés por el niño como protagonista de los cuentos que, en 1999, después de haber leído “Tormenta en los Andes” de Walter Guevara Arce, me di la tarea de elaborar una antología del cuento boliviano, cuyos protagonistas fueran exclusivamente niños, porque estaba convencido de que con ese tipo de material se podía armar una hermosa obra que no sólo reivindicara a los niños, sino también que estimulara a los lectores adultos a retornar a su infancia, que muchas veces vive atrapada en el pozo oscuro de la memoria. Además, siempre pensé que los cimientos de la personalidad humana están en la infancia. De modo que las vivencias cognoscitivas y experiencias traumáticas de la niñez influyen decisivamente en la formación del carácter y en el modo de ser de una persona. No en vano dice la sabiduría popular: lo que fuiste de niño, serás de adulto. 


Ya que mencionó  a Harry Potter, ¿a qué atribuye  el éxito y la difusión que tienen los libros sobre este personaje? ¿Existen elementos de magia del estilo de esos libros  en la novela que está escribiendo y cuyo protagonista es un niño? ¿Es una novela destinada en principio a un público adulto o podrán leerla lectores de cualquier edad? 




Pienso que el  éxito de los libros sobre Harry Potter, como la “Historia  interminable” de Michael Ende y “El señor de los anillos” de Tolkien, se debe fundamentalmente a las historias fantásticas que encierran sus páginas. Los lectores se sienten atrapados desde el inicio por los atributos de poder y magia que caracterizan a los personajes principales. La fantasía, que es uno de los elementos fundamentales de la condición humana, se pone en juego cuando alguien, como el protagonista de estos libros, es capaz de romper las vallas de la realidad cotidiana, lógica y formal, en la que transcurre la vida del común de los mortales. 
La novela que estoy escribiendo, a diferencia de los libros mencionados, no explaya una prosa fantástica ni cuentan historias inverosímiles, sino la realidad de un niño que experimenta un mundo lleno de injusticias, penurias y miserias. Este libro, tanto por el tratamiento del tema como por el manejo del lenguaje, está más cerca del realismo social que del realismo mágico. Es un libro destinado a los lectores adultos, aunque el protagonista central es un niño, quien contempla el mundo adulto desde su perspectiva psicológica, emocional, intelectual y lingüística. La historia está ambientada en un centro minero de Bolivia, donde transcurrió mi propia infancia en medio de personajes y escenas impresionantes, que conservé en el cofre de los recuerdos a lo largo de mi vida.  


Leí en un reportaje que fue  padre a muy temprana edad. ¿Qué implicancias tuvo esa experiencia en su  vida?


En efecto, llegué a ser padre a los doce años de edad, tras haber mantenido relaciones secretas con la empleada de mi casa, quien, aparte de ser analfabeta, era de ascendencia indígena; aspectos que no estaban bien vistos en mi entorno familiar. Sin embargo, debo aclarar que no se trataba de la típica relación del hijito de los patrones que se acuesta con la sirvienta indefensa, sino de una relación sincera, ingenua y... 
Lo cierto es que yo, tras haber sufrido la separación abrupta de mi madre a muy temprana edad, andaba buscando inconscientemente un sustituto emocional y ella, la empleada, sin saberlo o acaso sin sospecharlo, me entregó su todo su cariño maternal. Así me acerqué a sus senos y a su cuerpo.  De esa experiencia aprendí muchas cosas, por ejemplo, que el racismo no tiene ningún significado cuando se aman dos seres humanos y que las diferencias sociales y económicas son simples imposiciones de una sociedad clasista y competitiva, donde el que tiene más y es más blanco parece estar destinado a mandar sobre el que tiene menos y es de color. Pero también aprendí que una experiencia precoz puede ser traumática y truncar la felicidad y las esperanzas de una persona, sobre todo, cuando ésta no ha alcanzado la mayoría de edad en una sociedad profundamente religiosa y conservadora, donde los códigos de vida son restrictivos en el plano sexual. 
Como la experiencia me cayó de golpe en una edad crítica, justo cuando había ingresado a la pubertad, tuvo consecuencias fatales de las que prefiero no hablar, porque al peso emocional que cargaba hasta entonces, se me sumó otro peso descomunal que por poco no me saca de mis casillas. Sin embargo, pensándolo bien, me doy cuenta de que esas crisis han fortalecido mi personalidad y me han servido como valiosos recursos a la hora de re-crear mis obras, donde las historias y los personajes encuentran casi siempre un desenlace trágico. Es decir, como en el caso de Kafka o Vallejo, primero tuve que experimentar en carne propia la incomprensión y el dolor humanos, para luego verterlos en la literatura. Esas experiencias del pasado, sin lugar a dudas, influyeron decisivamente en mi vacación de escritor y en la temática de mi obra.   


¿Entonces se pude decir que, por las malas experiencias de su pasado, tiene  una visión pesimista de la vida? 


 Sí y no, porque he llegado a comprender que la vida no es ni blanco ni negro, sino algo más complejo y matizado. Toda persona tiene momentos buenos y momentos malos, porque la vida es así: una suerte de montaña rusa, con subidas y bajadas; unas veces los problemas son enormes como los cerros y otras veces pequeños como las piedras del camino. La solución de los problemas grandes requiere serenidad y razonamiento y la solución de los problemas pequeños requiere una buena dosis de tolerancia y buen humor.  Lo importante es que todos aprenden y se fortalecen en los peores momentos de la vida, ya  que al final del túnel de la desgracia siempre se abre la luz de la esperanza. Por eso es necesario vagar en la oscuridad, sin parar ni desmayar, hasta hallar esa luz que nos depara el destino. Pues no en vano se dice que todo tiene su solución en la vida, excepto la muerte. Algo más, cuando los obstáculos se presentan en la vida de un modo inminente, como los visitantes no gratos e inesperados, lo mejor es agarrarlos como a los toros por las astas y derribarlos con la fuerza de quien no admite su caída en la primera embestida.    


También leí que conoció a su padre ya de grande. ¿Cómo incidió esa circunstancia en su  obra? 


 No tuvo ninguna incidencia en vida ni en mi literatura, ya que mi padrastro, on quien viví desde muy niño, rellenó rápidamente el vacío que dejó la ausencia de mi padre. No obstante, como todo hijo, que acude al llamado de la sangre, fuí a buscarlo a mis diecisiete años de edad en la Caja Nacional de La Paz, donde él trabajaba como fotógrafo. En realidad fue fotógrafo toda su vida, incluso cuando mi madre se cruzó en su camino. El simple hecho de vernos fue impactante, porque nuestro encuentro no estaba previsto. Todo sucedió de un modo espontáneo y emocional. Mantuvimos una relación cordial y de respeto  mutuo, a diferencia de lo que sucedió con Vargas Llosa cuando éste se reencontró con su padre después de muchos años. No llegué a conocerlo a fondo, ni siquiera cuando vino un par de veces a visitarme en la cárcel, donde estaba recluido a consecuencia de mis actividades políticas. Al poco tiempo salí al exilio y desde entonces no volví a saber más de su paradero. 


¿Cuál es el panorama de la literatura boliviana en este momento?


Creo que la literatura boliviana, al menos desde fines del siglo pasado, está pasando por su mejor momento. Se ha incrementado la edición de libros y han surgido nuevas editoriales ansiosas por rescatar la obra de los autores más insignes, con la intención de darlas a conocer en escala nacional e internacional. Ojalá lo logren, sobreponiéndose a la crisis económica que aqueja al país y a las falsas promesas de los gobernantes.   Bolivia ya no es el país de escritores que no escriben, como sostenía Zavaleta Mercado, pero sí es un país donde los escritores siguen inmersos en una realidad socioeconómica que no les permite dedicarse profesionalmente a su vocación literaria, a pesar del esfuerzo editorial por ubicar a una que otra estrella en la constelación de la literatura latinoamericana. No debemos olvidar que en Bolivia, como en el resto de los países del llamado Tercer Mundo, los libros son artículos de lujos a los cuales no tienen acceso las grandes mayorías, que viven sumidas en la ignorancia y la pobreza. Además, si es cierto que en las ciudades principales se publican más de dos periódicos, es también cierto que a los lectores les interesa más los anuncios comerciales, las páginas deportivas o el cotilleo político del instante, que las páginas culturales o los suplementos literarios. A este panorama desolador se suma el alto índice de analfabetismo, la deserción escolar y la falta de promoción de libros subvencionados por el Estado. Hay mucho por hacer en este terreno. Por ejemplo, difundir mejor las obras contemporáneas que están siendo creadas por escritores y escritoras que nacieron a partir de la revolución nacionalista de 1952, pues se trata de una generación de autores que no sólo son desconocidos para los lectores europeos, sino incluso para los latinoamericanos. Parafraseando a Carlos Castañón Barrientos, presidente de la Academia de la Lengua en Bolivia, se puede decir que el libro boliviano no se conoce ni siquiera en los países vecinos. No sé si es justa esta razón, pero ésta es la realidad.    


¿Qué escritores latinoamericanos, argentinos, europeos y otros lo han 


influenciado? 















Pienso que un escritor, que lee tanto como escribe, está influenciado por sus lecturas. De ahí que tanto los clásicos de la literatura universal como los autores del  llamado “boom” de la literatura latinoamericana han tenido fuerte influencia en mi formación como escritor. 
 Es natural que en este oficio, como en cualquier otro, los escritores jóvenes aprendamos a caminar de la mano de otro escritor más experimentado y curtido en el oficio de las letras. Uno aprende de los otros. Había un tiempo en que quería ser como Galeano. Era tanta mi admiración por el estilo de su prosa que, a veces, intenté escribir como él. Pero lo cierto es que el propio Galeano aprendió de otros, no en vano lo llamaba “maestro” a Onetti, quien fue su mentor cuando estaba dando sus primeros pasos. También Borges reconoció que en un principio intentó escribir como Kafka, hasta que se dio cuenta de que Kafka ya existía.  
El arte de la palabra escrita es un proceso largo y sacrificado, en el que uno, tarde o temprano, encuentra su propio estilo y aprende a comunicarse con voz propia, aunque lo cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol. Todos bebemos de las mismas fuentes y contamos las mismas historias con pequeñas modificaciones, como los poetas que escriben variantes de una misma metáfora universal. En este sentido, ni las palabras ni las ideas son propiedad privada, menos aún si se trata de rescatar y recrear la memoria colectiva. Todos somos plagiarios en mayor o menor medida y todas las obras literarias son una suerte de coros sinfónicos, donde se modulan voces diversas en una disposición de querer contar una misma historia vista desde todos los ángulos, con los más diversos tonos y matices. Es una suerte que así sea.  

¿Qué autores le gusta releer? 


Siempre que dispongo de tiempo retorno a la obra de los clásicos. No me canso de leer El Quijote, la Odisea o Decamerón. Son libros casi de cabecera. Cuando visito una biblioteca, instintivamente  e impulsado por la curiosidad, busco obras de autores bolivianos, pero como los anaqueles de las bibliotecas suecas tienen muy pocos títulos de autores “no conocidos”, elijo las obras de otros autores latinoamericanos, como Cortázar, García Márquez, Rulfo, Onetti, Fuentes, Vargas Llosa, Galeano, Sepúlveda y Allende, por citar algunos, porque son portadores de una identidad cultural con la que me identifico y porque abordan temas que son de mi preferencia. También leo con interés a los escritores de mi generación, tanto bolivianos como extranjeros. 
Eso sí, no leo a los autores que optaron por el facilismo comercial y la ciega ambición del éxito, muy propio de la mercadotecnia actual, que está concentrada más en la idea de cómo ganar dinero de la forma más rápida y efectiva, que en la calidad del producto que promueve con la ayuda de grandes empresas publicitarias. No creo mucho en la producción masiva de los libros, sino en la magia que tienen los libros de circulación limitada, en esos libros, como bien dijo Juan Ramón Jiménez, hechos para las grandes minorías. Me llaman más la atención los libros que se difunden de mano en mano, que en esos otros que se venden igual que cualquier artículo comercial, como si el producto intelectual fuese un privilegio reservado sólo para quienes disponen de dinero. 


Entre los escritores latinoamericanos que nombra está Cortázar. ¿Borges tuvo alguna influencia en su  obra?  


No, Borges, a pesar de haber sido considerado el maestro del relato corto, no influyó en absoluto en mi modo de escribir, quizás por su excesivo intelectualismo y por sus historias tan metafóricas como sus versos. Yo prefiero una prosa limpia, sencilla y realista, que me conduzca de la mano desde el principio hasta el final, sin ponerme trampas ni zancadillas en el camino. Aunque Cortázar hizo una prosa experimental, como en “Rayuela”, me gusta más como narrador no sólo por los temas que aborda en sus novelas y cuentos, sino también por el compromiso político que asumió en defensa de los desposeídos. En síntesis, jamás me identifiqué con Borges ni en lo literario ni en lo personal


¿Volvería a vivir en Latinoamérica, y en caso afirmativo, seguiría siendo 


escritor? 















A estas alturas de mi vida, y después de haber vivido en Suecia durante más de dos décadas, es difícil plantearme un retorno definitivo, pero me seduce la idea y el corazón me palpita aceleradamente cada vez que la idea cruza por mi cabeza. Al fin y al cabo, soy un boliviano más de la diáspora, que abriga la esperanza de retornar algún día a la cuna de su nacimiento. De cumplirse este anhelado sueño, seguiría escribiendo como hasta ahora. Es una de las pocas cosas que sé hacer o, por mejor decir, una de las cosas que mejor sé hacer. Debo aclarar que no me hice escritor en el exilio, pues ya antes de salir de Bolivia escribía pasquines en un pequeño periódico que publicábamos en el colegio. Mi primer libro, que es una obra testimonial sobre los atropellos de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar, la escribí estando en la cárcel. Lo que quiere decir que mi vocación literaria estaba latente y que el escritor que habitaba en mi interior emergió de manera natural en el exilio.  




¿Cuál es la situación de la literatura Sueca en este momento, hay talleres 


literarios tanto como en Buenos Aires o en España, por ejemplo? 















En Suecia, como en otros sitios, están de moda los talleres literarios, porque hay quienes creen que el escritor se hace en un círculo de estudio o en la aula universitaria, y no por vocación o, como en mi caso, por una necesidad existencial, porque no queda otro remedio que escribir para sobrevivir.  No es mentira ni ficción si digo que el panorama de la literatura sueca es óptimo. Esto se debe, en gran medida, al bienestar socioeconómico de sus habitantes y a la buena intención de sus gobernantes, que han creado las bases fundamentales para fomentar el arte y la cultura en todos los niveles de la sociedad. Es casi inexistente el analfabetismo y la educación es obligatoria hasta el ciclo intermedio. Además, existe una política cultural que favorece a los “trabajadores de la cultura”, que no sólo tienen el apoyo de los lectores, sino también de las instituciones pertinentes. La edición de los libros está subvencionada por el Estado y las bibliotecas funcionan como centros culturales, donde se dan cita tanto los lectores adultos como los niños. Los escritores más activos gozan de becas literarias anuales y cuentan con el apoyo económico de fundaciones tanto privadas como municipales. De modo que el panorama de la literatura sueca, aun siendo pequeña en el contexto de la Unión Europea, goza de un alto nivel ético y estético. Para darte un ejemplo, sólo en el campo de la literatura infantil, a diferencia de lo que ocurre en América Latina, Asia y África, existen nombres cuya proyección internacional es sorprendente. Ahí tenemos el caso de la recientemente fallecida Astrid Lindgren, quien tiene una cuantiosa producción literaria traducida casi a todos los idiomas.  Aparte de los escritores consagrados como Strindberg, Lagerlöf, Lagerkvist y Gunnar Ekelöf, existe una camada de escritores modernos, como Jan Guillou, Liza Marklund o Henning Mankell, que escriben novelas policíacas que se venden como pan caliente tanto en Escandinavia como en el resto de Europa. Sin embargo, yo sigo teniendo preferencia por los escritores del llamado realismo social, que reflejan la situación paupérrima de las clases desposeídas. Entre sus principales representantes están Harry Martinson, Willian Moberg, Moa Martinson, Ivar Lo Johansson y Artur Lundkvist. Todos ellos están considerados como “escritores proletarios” y tienen con una rica producción literaria que, por su forma y contenido, son verdaderas joyas de la literatura sueca del siglo XX. 


¿Qué me puede decir acerca de la literatura de los latinoamericanos que viven en Suecia?


Entre los escritores latinoamericanos establecidos en Suecia, tras el advenimiento de las dictaduras militares, hay quienes, gracias a su trabajo tesonero y experiencia escritural, se van abriendo espacios cada vez más considerables en el ámbito literario. Por una parte, debido a que tienen la virtud de ser bilingües, escriben en sueco y español; y, por otra, debido a la política de integración cultural impulsada por el gobierno, que beneficia
tanto a los nativos como a los inmigrantes en una sociedad multicultural, donde existe la necesidad de conocer al “otro” por medio de su literatura y sus manifestaciones culturales.  La mayoría de los poetas y narradores que conozco, empero, siguen escribiendo en su lengua materna, conscientes de que el español, en comparación con el sueco, es un idioma expansivo, que ofrece mayores  posibilidades de difundir la obra literaria en Europa y América.  La literatura latinoamericana en Suecia, desde mediados del siglo XX, ha  tenido una fuerte presencia entre los lectores; primero, gracias a su calidad y fuerza expresiva y, segundo  gracias al prestigio que le han ganado nuestros
escritores  laureados con el Premio Nobel de Literatura: Mistral, Neruda, Asturias, García Márquez y Octavio Paz. A este corolario de antecedentes se debe añadir el hecho de que en los programas de educación media se ha introducido la enseñanza del idioma español, con el mismo estatus que tiene el inglés, francés y alemán. Asimismo, en las universidades se estimula la elaboración de tesis doctorales sobre la vida y obra de nuestros autores más connotados.  La situación de los escritores residentes en Suecia es por demás ponderable. Sólo en los últimos treinta años se han publicado innumerables poemarios, novelas, volúmenes de cuentos, ensayos y piezas de teatro. Varios han sido reconocidos por la crítica literaria sueca y por la crítica de sus países de 


origen. Algunos tienen obras premiadas en certámenes literarios internacionales y otros son miembros activos de la Sociedad de Escritores Suecos.



Los autores extranjeros, de un modo general, gozan de los mismos derechos que tienen sus colegas nativos, aunque el “establishment” los sigue considerando “escritores inmigrantes”; una denominación  que, sin embargo, no corresponde a la realidad de los creadores, cuyas obras traspasan las fronteras de un idioma y un país determinados, puesto que el hecho de ser “extranjeros” no implica ser “peor” o “menor” escritor que un nativo, sobre todo, si se parte del criterio de que el escritor es escritor en cualquier parte, independientemente del idioma en el cual escribe su obra.  
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*entrevista publicada originalmente en la Revista Archivos del Sur
*Entrevista publicada en Bolivian Studies Journal, Vol. 9, Illionois, USA, 2001, pp. 59-75.