sábado, 24 de marzo de 2012

Antonio Lobo Antunes en Buenos Aires (archivo)




(Buenos Aires) Araceli Otamendi

Esta nota fue realizada hace unos años, cuando el escritor portugués Antonio Lobo Antunes visitó la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires para presentar su libro Buenas tardes a las cosas de aquí abajo y ofreció una conferencia, abierta al público, donde estuve presente. Esta nota que ahora se reproduce aquí, fue publicada en la Revista Archivos del Sur.

Antonio Lobo Antunes en Buenos Aires


Invitado por la Editorial Sudamericana, Grupo Editorial Mondadori, para presentar su libro “Buenas Tardes a las cosas de aquí abajo”, el escritor portugués Antonio Lobo Antunes vino en el mes de mayo y se presentó en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Fue declarado Huésped de Honor por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires.

Quienes lo leemos en las crónicas que escribe para el diario El País de España, excelentemente traducidas por Mario Merlino, y hemos leído sus libros, sabemos cuán extraordinario escritor es Antonio Lobo Antunes.

Hablaba en voz muy baja, se mostraba muy cansado, vino acompañado de su editor español, venían desde Colombia, adonde había ido a presentar el libro. El público escuchaba en respetuoso silencio al escritor.



El viaje, el libro


“Fue muy duro” dijo respecto a su estadía en Colombia, refiriéndose a la pobreza, la violencia, la agresividad de la gente. En Colombia las clases altas miran desde arriba al pueblo, dijo el escritor. Situación que podría hacerse extensiva a varios países de Latinoamérica, se podría agregar.

“Encontré aquí en Argentina algunos de los mejores periodistas que encontré en mi vida”, dijo. “Me sentí comprendido sin palabras”, afirmó. El escritor se manifestó cansado de hablar, de mostrar simpatía, de sonreír, de demostrar inteligencia durante la gira de promoción del libro que se remontaba desde antes de Colombia, a otros países de Europa. . “Yo creo que no solamente tengo respuestas sino preguntas” dijo. “No quiero hablar mucho del libro porque si pudiera hablar de él no lo habría escrito” afirmó Lobo Antunes. “Pasé dos años de mi vida escribiéndolo”. “Es muy diferente del libro que quería escribir. Necesitaba un punto de referencia”. Partió de la idea de las sectas religiosas que se apropian de la gente sin cultura y sin dinero. “La mano rechazaba esa solución. La mano voló a Africa, no he regresado a Africa después de la guerra”, dijo. “No hay nada más violento que la guerra, agregó. Una violencia y crueldad que al mismo tiempo me hizo verificar lados insospechados de mí mismo”, dijo. “Hay sentimientos contradictorios que nos habitan. En todos los libros que las editoriales publican con mi nombre me interesa que las páginas sean como espejos que nos devuelvan esa visión de los sentimientos que nos habitan”.



La guerra



“Yo quería tener un hijo porque pensaba que me iba a morir. Tuve una hija, cuando volví a mi casa no la conocía. Me costó tres o cuatro años tener una relación normal, mi primera reacción fue decir ésta no es mi hija.

En el país más sensual que conocí, Africa, en lugar de hacer el amor lo que se hacía era tomar prisioneros, tener muertos.”



Cuando era médico


“Cuando era médico interno tenía que hacer tres meses de cirugía, de obstetricia, de otras especialidades. Me enviaron a la enfermería de niños con cáncer terminal. Había un caso de un niño de cuatro años, yo tenia veintidós años. El niño, José Francisco se murió. Yo estaba en la puerta de la enfermería y veía el pie del niño, lo habían envuelto en una sábana para llevarlo y le veía el pie. Tengo la sensación de que por ese pie escribo. Por un niño muerto, no sé por qué razón y en nombre de qué. Hay que escribir por los que no tienen voz, por los que no pueden hablar, por la madre de mis hijas que murió de cáncer hace cuatro años. También escribo con mucha alegría, no tengo tiempo para deprimirme” dijo. “Tengo momentos en que mi cabeza está llena de perros negros que se devoran a los otros”.



Su última novela: una historia de amor


En noviembre de 2003 terminó la novela “Yo he de amar una piedra”. Por la mañana escribo en el hospital, por la noche en mi atelier, escribo con la puerta abierta, no me gustan las puertas cerradas.

Entonces hizo el siguiente relato:

“Vi pasar una señora de negro y el médico que estaba ahí me contó la historia:



La mujer era una campesina, trabajaba como costurera. Cuando era joven se enamoró de un chico que también trabajaba en el campo. Sus padres la enviaron a Lisboa para que tuviera una vida mejor, la enviaron a casa de unos parientes. El novio también trabajaba mucho. Se miraban cuando se cruzaban por la calle. Ella enfermó de tuberculosis, el chico le escribía pero sus parientes no le dejaban contestarle. El pensó que ella había muerto. El se casó, estudió, tuvo hijos. La chica no murió, volvió a trabajar como costurera. Diez años después, un día que ella volvía de entregar unas ropas a sus clientas se encontró con él en la calle. Durante cincuenta y tres años todos los miércoles se encontraban en una pensión. El estaba casado. Ellos no hacían el amor, se tomaban de las manos. Se iban a ver las acacias en flor. El ganaba mucho dinero. Había alquilado un piso. El se murió estando con ella. El problema era cómo hacer salir el cuerpo sin que la mujer de él se enterara de la relación. Ella llamó a uno de los yernos de él para que se ocupara de eso. Ella no podía ir a los funerales. Ella contó la historia”.



Se la conté a mis hijas y ellas me dijeron: Qué mujer tan idiota.



“Para mí, la mujer de la historia se había quedado con lo mejor de ese hombre. Quería escribir esa historia. Estuve dos años y escribí un libro de amor. Hemingway decía siempre que las historias de amor tienen un final triste. He visto en mi familia historias de amor felices, quería que esa historia de amor circulara en mi sangre. No me gusta contar historias pero la conté para decir que estoy contento de estar aquí.”.



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