(Buenos Aires) Araceli Otamendi
"Me da mucha alegría saber que todavía lo sigan apreciando tanto no solamente como escritor sino que la gente se da cuenta que fue una persona muy cálida, muy comprometida con su época, que eso nos gusta tanto a todos, jóvenes y mayores, estar comprometido con su momento, no sólo en lo político sino realmente en lo cultural, era un hombre que estaba totalmente al tanto de lo que pasaba en literatura, en cine, en teatro, en música, era una persona que vivía su momento, eso me gusta mucho."
¿En qué año lo conociste a Julio Cortázar, Sara?
En 1967.
¿Fue en París?
Sí, en París, yo llevaba las fotografías de lo que fue mi primer libro Buenos Aires Buenos Aires y él tenía que escribir los textos. Fui a la casa y ahí tuve la suerte de conocerlo. Nos caímos muy bien, hubo muy buena química y siguió la amistad. Después de eso, en el 67, normalmente por mi profesión yo iba casi todos los años a París y nos encontrábamos tanto en París como en varios lugares de Europa donde coincidimos y también las veces que él estuvo acá.
¿Cómo fue ese primer encuentro con Cortázar, le tomaste la fotografía donde está con el cigarrillo en la boca durante esos momentos?
Esa fotografía, la preferida de él se la tomé a los pocos días de conocerlo. Inclusive me decía con una gran intuición: “Me gustaría que un día si se hiciera un libro sobre mí, esa fotografía esté en la tapa”. Ese deseo se cumplió bastante porque ya hay cerca de una docena de libros sobre Cortázar que tienen esa foto en la tapa. Además la toman mucho los artistas plásticos y los dibujantes empezando por Sábat, a quien admiro muchísimo, también me halaga que hasta él use esa fotografía para hacer
un dibujo de Cortázar.
Esa fotografía es muy linda. ¿Cómo era Julio Cortázar para fotografiarlo, además de un ser humano que supongo excepcional?
Por suerte cuando yo lo conocí empezaba su fama, eso fue en el 67. A partir de la publicación de Rayuela, la obra de Cortázar tuvo una trascendencia mucho más grande. Los que lo leíamos antes de Rayuela ya lo conocíamos y lo respetábamos pero ese alcance más grande fue a partir de esa novela. No solamente en Argentina sino en América Latina y también en Europa. Cortázar se ganaba la vida como traductor, prácticamente no cobraba derechos de autor. Con el éxito de Rayuela, comenzó a publicar también en Europa y ya pudo dedicarse por completo a la literatura personal, de él. Porque también siguió haciendo traducciones, muy contadas, lo que a él le interesaba como literatura, pero no ese trabajo que él hacía en la Unesco, que traducía a lo mejor informes que a él ni le interesaba, como todo trabajo donde uno a veces tiene que hacer cosas que no le interesan.
Cuando lo conociste a Cortázar ¿él estaba casado con Aurora Bernárdez?
Sí, estaba casado con ella, Aurora Bernárdez fue su primera mujer. Después, a lo largo de la vida conocí, a la segunda mujer, Ugné Karvelis, y también a la tercera y última Carol Dunlop. Con ninguna de las tres tuve amistad, a pesar de que a Aurora la conocía más porque ella es una mujer del ambiente cultural, también una gran traductora y además hermana de un gran poeta nuestro, Francisco Luis Bernárdez. Aurora tenía también una aureola de persona de nuestra cultura, con ella tenemos muchos amigos comunes. Vos sabés cómo es la vida, cuando una pareja se separa uno siempre se queda con uno de los dos.
Generalmente es así.
Es así, no por mi voluntad, no tengo nada que decir, inclusive con Aurora nos vemos, nos encontramos en el consulado cuando hubo una votación aquí en Argentina, charlamos largamente, tomamos un café. Y alguna vez que fui a París después de la muerte de Julio nos hablamos por teléfono, y con la cuestión de estos homenajes que están haciendo en todos lados por los veinte años de la muerte de Julio.
¿Podrías recordar alguna anécdota de Cortázar, alguna particularidad?
Una de las cosas que más me gustaban de Julio Cortázar como persona, como amigo, era su gran sentido del humor. Hacía todo el tiempo muchos juegos de palabras, de decir palabras al revés, de reírse de ciertas formas del uso del lenguaje. Inclusive cuando estaba acá se moría de risa de las cosas que decía la gente por la calle. Le causaban mucha gracia algunas de las expresiones nuevas que él no conocía porque después de vivir tantos años afuera, eso era algo que él quería rescatar muchísimo.
¿En la literatura?
Y en la vida también, porque lo divertía. Tenía mucho, mucho oído, así dicen los grandes escritores que he conocido que hay que tener, mucho oído para escuchar no solamente lo que piensa o lo que siente la gente sino cómo lo manifiesta en el lenguaje oral.
¿Y vos pensás que cuando venía de visita a la Argentina se llevaba todo ese material para su vida?
Sí, sí (risas). A él le encantaba todo lo que decía la gente por la calle. Era una cosa que me llenaba de emoción a mi también es que un día vino a mi casa, porque residía en ese momento, en un viaje que hizo acá, a dos cuadras de mi casa. Entonces pasaba todo el tiempo y además le gustaba como yo cocinaba y a veces se quedaba a comer a la noche y después se iba de farra, como él decía “me voy de farra”. Salía con amigos, de noche. Entonces él me contó un día, con lágrimas en los ojos, que había tomado un taxi y “que el tachero...", te lo digo como él me dijo: “El tachero me reconoció y no me quiso cobrar el viaje. ¿Pero vos te das cuenta? Eso en otro país no pasa”. Y es posible.
A Cortázar lo reconocían entonces. Sí, le sorprendieron ambas cosas, que el taxista lo hubiera reconocido y además ese gesto tan de caballero de no querer cobrarle el viaje, que era su trabajo, Cortázar estaba muy emocionado. ¿En qué año ocurrió eso que me contás? Eso fue en el 73, cuando él donó los derechos del Libro de Manuel a las familias de presos políticos, entonces hubo un acto grande, en un sindicato o un gremio. Casi todas las noches pasaba por mi casa a tomar una copa o a comer fideos, me contaba todo lo que había escuchado por la calle. Volviendo al principio , ¿en cuántas oportunidades lo fotografiaste, además de la famosa fotografía del cigarrillo? No demasiado, porque tuve la suerte desde que comencé a ser fotógrafa profesional de hacer fotografías de gente muy muy conocida y muy famosa y tengo amigos íntimos que son artistas muy famosos. Entonces no quiero ser cargosa ni fotografiarlos cuando estamos en la intimidad. Recuerdo siempre una anécdota de una fotógrafa muy famosa, norteamericana, Diane Arbus cuenta que los amigos y la familia no la podían soportar porque estaba todo el tiempo sacándoles fotos. Hoy estarán arrepentidos. Pero a mÍ eso no me gusta. Le tomé fotografías a Cortázar esa primera vez, cuando lo conocí le tomé esa fotografía que se volvió tan famosa (con el cigarrillo en la boca) y eso fue en los jardines de la Unesco, con luz al natural, al aire libre. En el 68, un año después, cuando fuimos a celebrar la salida de ese libro “Buenos Aire Buenos Aires” también le hice una serie de fotos grandes en colores, ya se usaba mucho el color y necesitaba tener esas fotografías. Yo creía que Julio iba a ser mucho más famoso de lo que era, con el tiempo y no me equivoqué. Quería tener un archivo bueno de fotos de él. Y después, cuando estaba en Buenos Aires, lo fotografíé poco, lo tomé en ese acto político porque quería tener las fotografías como documento, estaba él con toda la gente. También lo fotografié en mi casa, en interiores, y después alguna vez en París, pero no eran ya grandes fotos ni sesiones de fotografías. ¿Cortázar era fotogénico? Sí, era muy fotogénico porque era muy buen mozo. Era un tipo interesante, de ojos claros, muy atractivo. ¿De qué color eran los ojos? Eran claros, ni celestes ni verdes, tirando al dorado, marrón clarito. Más allá del color y la forma lo que tenían los ojos de Julio eran esa vivacidad, ese interés que él ponía. Lo que era importante de Julio Cortázar era que cuando hablaba con una persona la miraba y la escuchaba. Entonces eso hace que uno tenga un contacto más interesante. Tenés un lindo recuerdo de él. Sí, muy lindo. La verdad es que tuvimos una amistad que no fue empañada nunca por nada, desde que nos conocimos hasta la última vez que nos vimos. Sentí muchísimo su ausencia, hasta hoy. Cada vez que llego a París me da pena no poder llamarlo o ir a comer, a tomar una cerveza. ¿Le gustaba tomar cerveza a Cortázar? Nos gustaba a los dos más el vino pero de golpe, en verano, tomábamos alguna cerveza. El era muy buen bebedor. Era también un gran gourmet. ¿Cocinaba él? Que yo sepa no. A lo mejor en el campo. Pero en las casas de él que conocí no cocinaba , inclusive en la de Ugné tenían cocinero, porque ella era una persona de dinero. ¿Te gustaría agregar algo más sobre Cortázar? Me da mucha alegría saber que todavía lo sigan apreciando tanto no solamente como escritor sino que la gente se da cuenta que fue una persona muy cálida, muy comprometida con su época, que eso nos gusta tanto a todos, jóvenes y mayores, estar comprometido con su momento, no sólo en lo político sino realmente en lo cultural, era un hombre que estaba totalmente al tanto de lo que pasaba en literatura, en cine, en teatro, en música, era una persona que vivía su momento, eso me gusta mucho. © Araceli Otamendi – Todos los derechos reservados fotografía: autoretrato de Sara Facio, gentileza de la autora.
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